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miércoles, 29 de julio de 2015

la felicidad y nuestro cerebro

La felicidad y nuestro cerebro



En el camino hacia la realización de nuestros objetivos y deseos, intentamos darlo todo para lograr lo que, suponemos, nos hará dichosos. Mirando hacia el futuro con grandes expectativas, tratamos de imaginarnos cuáles serán las decisiones correctas a tomar para que todo salga bien.


Terminar una carrera, ejercer una determinada profesión, tener hijos, amasar una fortuna. Cualquiera de estos hechos supone haber alcanzado un objetivo preciado que, por consiguiente, creemos, nos hará felices. Pero, según Daniel Gilbert, profesor de Psicología en la Universidad de Harvard en Cambridge, Massachusetts, la mente nos tiende trampas, no sólo al mirar hacia el pasado, sino también al imaginarnos cómo será el futuro.




De acuerdo con los estudios de Gilbert, toda predicción de cómo será nuestra vida si tomamos tal o cual decisión o seguimos este u otro camino se basan en sofismas, es decir, en conclusiones erróneas. El por qué de esta falla tan humana está en que el cerebro no es capaz de reconocer qué opción de futuro sería mejor que otra, ya que la elección realizada en el momento de planearlo se basa en un concepto de felicidad que es momentáneo. A pesar de ello, pensamos que controlamos nuestra vida.



¿Cómo saber entonces qué es lo que me hará feliz en otra situación? ¿Y si la carrera planeada me trae más problemas de los que pensaba? ¿Y si los hijos resultan más trabajo que alegrías? ¿Y si mi amor se transforma en hastío, o mi pareja me engaña? No importa, ya que los mecanismos de defensa de la mente vendrán entonces de todos modos a socorrernos si el panorama se pone oscuro. Como por arte de magia, lo que no salió bien será anulado y se pondrán de relieve los aspectos positivos, como en el caso de los hijos, o los negativos, en el caso de la relación frustrada, para olvidar y comenzar de nuevo.

Gilbert, condidera que el cerebro tiene un sistema inmunológico-psicológico (término metafórico) para auto engañarnos y hacernos cambiar fácilmente la forma de ver las cosas, con el objetivo de superar las decepciones y seguir adelante. Al cerebro no le interesa la verdad sino sobrevivir... lo que nos permite encontrar la felicidad en condiciones aparentemente adversas y, de la misma manera, continuar siendo infelices incluso... cuando nos vamos de vacaciones. Este sistema, dice Gilbert, nos ayuda a cambiar la perspectiva del mundo para poder sentirnos mejor en él, y conseguir así una felicidad a medida que él llama “felicidad sintética”. Distingue entre lo que llama felicidad natural (la que experimentamos al obtener lo que queremos) y la felicidad sintética, que es la que nosotros “nos fabricamos” al no conseguir lo que queremos. Esta felicidad sintética la conseguimos gracias a procesos psicológicos principalmente inconscientes que nos ayudan a cambiar nuestra visión del mundo para poder sentirnos mejor (“.. casi es mejor que no me haya ido de vacaciones porque si no me iba a esperar mucho trabajo a mi vuelta y además así puedo usar ese dinero que me ahorro para comprarme un coche nuevo..”, después de que tu jefe te niegue las vacaciones). Generalmente pensamos que la felicidad sintética no tiene la misma “calidad” que la felicidad natural, pero resulta que la primera es tan real y duradera como la segunda.




Curiosamente, al contrario de lo que solemos creer, tener más opciones generalmente disminuye nuestra felicidad. Esto es así porque, si tenemos muchas opciones, nos atascamos y seguimos rumiando si la opción que hemos elegido es la mejor o no. Pensamos que la libertad, la posibilidad de poder decidir y cambiar de opinión cuando nos parezca es lo mejor para ser felices, porque nos permite elegir entre todos los futuros posibles y decidirnos por el que más vamos a disfrutar. Pero resulta que la libertad de elección (entendida como poder tomar decisiones y poder cambiar de idea luego cuando queramos) es el enemigo de la felicidad sintética. Si no puedes elegir otra cosa, vas a encontrar una manera de estar feliz con lo que sucedió. Las emociones son una especie de brújula que orienta en una cierta dirección, pero una brújula que siempre marca el norte no sirve para nada. Si las emociones siempre están en “felicidad”, dejan de ser una guía útil para reaccionar ante los cambios o nuevas situaciones que nos encontremos. Por eso no se puede estar siempre en un único estado emocional, porque las emociones están hechas para fluctuar como la aguja de una brújula.

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